Motivación y plenitud

 


Motivados para vivir en plenitud

Hoy comparto con ustedes una breve reflexión sobre lo que significa para mí el estar motivados para vivir en plenitud y lo quiero enfocar desde lo que es la gratitud, el vivir valorando lo que tenemos, las experiencias que atesoramos y los buenos recuerdos emocionales. Vivir en plenitud es valorar e identificar aquello que está presente o ha estado en mi vida y ha sido significativo para crecer.

Vivir en plenitud es aprovechar cada día al máximo, cultivar las relaciones de amistad, de familia y de esos momentos donde escuchamos al otro. Es ese espacio de encuentro donde nos reconocemos nuevamente como seres que por naturaleza nos gusta relacionarnos.

Vivir en plenitud es agradecer por todas las personas que han estado y lo que su presencia ha significado; es soñar, es tener en el aquí y el ahora, el sentido de lo que estoy viviendo, valorarlo, sentir que es desde el presente que puedo construir la nueva expresión de lo que quiero llegar a ser.

Vivir en plenitud es tener la gratitud a flor de piel, como palabra recurrente, como pensamiento con el que inicio y termino mi día, es agradecer todo lo que en bondad se me ha permitido para una vida más cómoda y fluida. Es agradecer la familia, lo padres que tuve, hayan estado presentes o ausentes, porque fueron la fuente por la que estoy aquí; es agradecer el habernos formado en estudios o en las experiencias de vida, y es hacerlo desde la mejor actitud.

Vivir en plenitud es no anclarse en el pasado, tampoco olvidarlo porque es el que nos ha hecho las personas que hoy somos y es vivir sin dejar de tener una visión hacia el futuro. Es valorar exactamente que es en el hoy, donde podemos hacer las correcciones y que no tiene sentido preocuparnos por lo que aún no sucede.

Es reconocer que tenemos una gran responsabilidad con nosotros mismos; la de sentirnos bien. Y esta responsabilidad se dimensiona cuando estamos en escenarios complicados que no controlamos, pudiéramos decir, escenarios como los actuales donde hace mucha falta tener claridad de la persona que soy y hacer uso de todos los recursos internos que he podido desarrollar.

Creo mucho en que nosotros logramos proyectar en nuestros espacios de vida aquello en lo que realmente creemos y de nuestra actitud. Ya sabemos, por lo que hemos comentado en otros artículos, que desde el pensamiento construyo realidad y con la palabra la reafirmo, sabemos que si pienso en negativo seguramente eso es lo que se va a ir manifestando por realidad creada y, en consecuencia, si pienso en positivo tendré también un efecto pero en esta ocasión, gratificante. Recuerden la famosa frase de que si creo que puedo o no, en ambos casos estoy en lo cierto, pues mis creencias determinan el que eso sea así. Todo depende de lo que asuma como real.

Leí una frase que me gustó, la comparto con ustedes y dice que, el realismo es para pesimistas porque los optimistas crean su propia realidad. Sin verlo de forma extrema entiendo perfectamente que se refiere a no dejarnos condicionar por lo que sucede, por aquello sobre lo cual no tenemos el control y es no condicionar el sentimiento de plenitud a que pasen determinadas situaciones. Es tener el valor y las herramientas para vivir el presente y construir nuestro futuro.

Vivir en plenitud es agradecer ante todo, el hecho de estar vivos, pero estar vivos no es suficiente, por eso tal vez algunos han expresado que “todos morimos, pero no todos vivimos”. Y es que en ocasiones decidimos u optamos por desperdiciar nuestro valioso tiempo en actitudes sin sentido y en situaciones negativas, rencores, pases de factura con relaciones aún no resueltas, en desear aquello que no tenemos más que agradecer lo que sí, en darle privilegio a las emociones que no nos ayudan mucho, anclarse en la tristeza, melancolía, el recuerdo de lo que pudo haber sido maravilloso y ya no es, y eso en estos tiempos es un riesgo importante, porque estamos frente a intensos cambios en nuestra dinámica de vida y una ansiedad exacerbada por la incertidumbre de ese futuro que desconocemos.

Llegamos nuevamente a la premisa de centrarnos en lo que podemos controlar, y el tomar decisiones sabias para ir construyendo ese futuro. Vivir en plenitud, implica tener consciencia y responsabilidad con nuestra propia construcción, la representación de vida que hacemos y también de cómo eso afecta a los que están cerca de nosotros.

Vivir en plenitud es aprovechar cada oportunidad que la vida nos da. Entre vivir nuestros miedos y vivir nuestros sueños debemos tomar la decisión correcta, la que suma y permita mayores logros y satisfacción. Desde el miedo no construimos, nos resignamos. Debemos superar algunas creencias limitantes, anclajes y temores que no nos permiten reconocer ese potencial interno que todos tenemos.

Vivir en plenitud es poder respirar de manera profunda y disfrutar desde ese acto simple de tomar oxígeno y de sentir que estoy llenando mi cuerpo de vida, tranquilidad y paz. Eso para mí es la felicidad, el cerrar los ojos y sentirse tranquilo, como si flotaras en el agua, plácidamente. Es lo contrario a la ansiedad, angustia, estrés. Al ser conscientes de los efectos negativos de estas últimas emociones procuramos que su duración sea muy corta y hacemos consciencia de que vivir plenamente es una acto de agradecer el hecho de estar vivos, de respirar, poder ver, sentir, estar, compartir, disfrutar y la plenitud tiene que ver con esa sensación de satisfacción, el poder dibujar una sonrisa en nuestro rostro con facilidad, el ver al otro a la cara sin temores, sin facturas emocionales, sin rencores, de caminar tranquilamente y disfrutar la brisa sobre tu cara, de ejercer cualquier responsabilidad personal o laboral desde la humanidad que me define.

Es el verse compasivamente a sí mismo y al otro. Mi invitación con este artículo es a recordar que estamos vivos y de ahí parte un compromiso con nosotros mismos y con los demás. Como no estamos aislados, lo que hacemos o dejamos de hacer en algunos casos, también afecta al otro.

Implica disfrutar al máximo todo lo que tengo, desde los pequeños detalles, las personas con las que me relaciono, las sonrisas que doy y recibo, los gestos de atención y servicio, una brisa, un cielo estrellado hermoso, una luna espectacular, un cielo azul, unas nubes que dan para la imaginación, un verde de la montaña, desde los colores de la naturaleza, desde las oportunidades que he tenido y todo lo que me ha hecho ser la persona que hoy soy.

Hay quienes se levantan sintiendo que es un día más, una rutina y allí tal vez comenzamos a perder el valor que tiene el hecho de estar vivos. Se dice que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, pero esa lección no aplica para cuando dejamos de vivir, porque no sabemos que hay después. Es en el momento actual, en el estar vivos, que debemos procurar un estado de agradecimiento y disfrutar el ser parte de esta expresión del mundo perfecto. Por eso es importante saber cuál es el sentido que le doy a la vida, cómo manejamos aquello que quisiera que fuese y no es. Si lo vemos como una expectativa que aún no ha cerrado o como una frustración. Con cuáles emociones predominantemente nos conectamos y si hemos sentido envidia, rencor, u otras sensaciones poco agradables.

Regreso a la premisa de que hay que vernos con compasión, porque el hecho de auto observarnos y descubrir tal vez esas expresiones del ego, no nos resulta cómodo. En ocasiones, hasta nos da miedo descubrir una versión oscura de nosotros. Lo importante es recordar que la luz tiene la inmensa capacidad de iluminar y en lo que abres una ventana ella irradia y te permite ver todo con mayor claridad, igual sucede en nuestro interior.

Cuando nos damos el permiso de la atención consciente, de auto observarnos, de escuchar lo que pensamos, lo que nos decimos a nosotros mismos, lo que estamos sintiendo, las emociones, ese lenguaje del cuerpo, ahí debemos ser compasivos. Es solo desde ese ejercicio, cuando regresamos a esa condición que nos permite ver con claridad aquello que en esencia nos define, que podemos activar ciertas señales de alarma y una absoluta y necesaria disposición al cambio, que es lo que va a permitir que en algún momento, si es el caso, yo pueda reconocer que necesito cambiar y tome las acciones que correspondan.  

Mientras eso no se dé, me quedo en mucha información y en buena intención, pero no concreto una aplicabilidad de todo eso, que es lo que me haría diferente; el poder aplicar el aprendizaje en mi vida, en mi cotidianidad, internalizarlo y convertirlo en un valor.

Creo profundamente en la visión de que el valor de una experiencia se mide cuando después que la vivo soy mejor persona y también en algo que dijo parafraseando a la madre Teresa de Calcuta, que siempre que alguien se acerque a ti se vaya sintiéndose mejor. Que el acercarte a ti le permita alegrar su día y sentirse mejor con respecto a algo, o bien por un saludo cordial, sincero, una palabra precisa, optimista, una esperanza, una certeza.

Esa es una actitud admirable y es ahí donde empezamos a valorar la vida y a vivirla con la responsabilidad que tenemos con el otro. Insisto en que la responsabilidad de vivir plenamente empieza con nosotros mismos. En la medida en que somos conscientes de eso y nos cultivamos como seres humanos, es mucho más fácil reflejarlo y permitirnos apoyar los procesos del otro.

No podemos decretar los cambios en los demás, podemos apoyarlos, acompañarlos, avivarlos, irradiarlos, pero no obligarlos. Nadie cambia si ese deseo no ha surgido de su interior y para querer hacerlo tiene que haberse dado ese proceso de reflexión profunda. Hasta que eso no pase, seremos los mismos.

Les insisto en algo, no tiene sentido dedicar mucho tiempo de mi vida a estudiar temas diversos o a hacer muchas lecturas sobre desarrollo personal o espiritualidad, si no las aplico en mi cotidianidad, si su mensaje no se refleja en mi evolución. Por eso debemos estar muy dispuestos a darnos el permiso de experimentar, validar, asimilar y mantener esas prácticas, para actuar también frente al riesgo de que en ocasiones comienzo con un ánimo maravilloso y me voy apartando poco a poco de ese entusiasmo hasta volver al punto original.

Una vez que instalamos la premisa de vivir en plenitud como una filosofía de vida, ya sin esfuerzo comenzamos a acercarnos con más realismo a eso que todos los seres humanos queremos, el ser felices.

Nos seguimos leyendo.


Arelis Ramírez

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